www.paquebote.com > VICTORIA CAMPS
¿Qué lugar ocupan la vergüenza, el miedo, la compasión, la confianza o la autoestima en la formación de la personalidad moral? ¿Nos gobiernan las emociones? ¿Son positivas para el discurso político? ¿Sería ética una soberanía del sentimiento?
Victoria Camps lleva a cabo un estudio de las emociones para descubrirnos que los afectos no son contrarios a la racionalidad, sino que, por el contrario, sólo desde ellos se explica la motivación para actuar racionalmente. Sólo un conocimiento que armonice razón y sentimiento incita a asumir responsabilidades morales.
Uno de los retos de las democracias liberales es la construcción de una ciudadanía moral, donde los ciudadanos se sepan sujetos no sólo de unos derechos fundamentales, sino también de unos deberes cívicos. Algunas de las teorías morales contemporáneas, como el comunitarismo y el republicanismo, han subrayado ese déficit que convierte a las sociedades actuales en conjuntos de individuos atomizados que ejercen su libertad sin cooperar a favor del interés público. Nuestra democracia es, en muchos aspectos, una «democracia sin ciudadanos», con rasgos preocupantes como la falta de civismo, la desafección política y la poca participación en los asuntos que conciernen a todos.
Los ensayos que componen este libro constituyen una serie de reflexiones en torno a las dificultades de nuestro tiempo para definir la función del ciudadano. Se analizan las realidades que hacen especialmente difícil que el deber de civilidad sea asumido como algo intrínseco a la condición de ciudadano. Realidades como el peso de la economía, el poder de los medios de comunicación, el resurgir de los nacionalismos, el declive de la fraternidad y, en definitiva, la existencia de personalidades indecisas, desapegadas y desmoralizadas. La realidad es la de una «democracia contra sí misma», según la expresión de Marcel Gauchet, que, entre otros objetivos, debe repensar el papel que la educación ha de tener en la construcción de una ciudadanía más activa y comprometida.
Esta obra interesará tanto a los teóricos de la ética y de la política, como a quienes se enfrentan a la tarea de educar, al gobierno de las administraciones o sencillamente se cuestionan cuál debiera ser el lugar del ciudadano en nuestras democracias.
La condición de ciudadano se ha convertido en uno de los focos de atención de los estudiosos y críticos de la democracia. Para el liberalismo el concepto de ciudadanía queda reducido a sus características jurídicas, a la pertenencia a un Estado que garantiza unos derechos fundamentales, con menoscabo de las obligaciones y el compromiso de las personas con una serie de valores éticos y políticos. Existe un déficit de ciudadanía que deriva de la idea de una libertad exclusivamente liberal, entendida como no interferencia, estrictamente negativa. Una libertad distanciada de los imprescindibles vínculos cívicos que constituyen el sustrato de toda democracia.
La convicción de que la ciudadanía sufre un declive que amenaza los cimientos de la convivencia y de las instituciones democráticas ha inspirado el proyecto de educación cívica, con el objetivo de inculcar los mínimos éticos necesarios que cualquier ciudadano debe hacer propios. Un proyecto que no debería limitarse a ser una mera asignatura, sino que deberían hacer suyo todos los agentes sociales.
Este libro analiza los factores que han contribuído a deslucir la función del ciudadano así como los intentos teóricos y prácticos propuestos para invertir la situación en que nos encontramos. Especial atención merece la propuesta de "educación para la ciudadanía" aportando elementos que la justifican y pueden ayudar a que se desarrolle satisfactoriamente.
La idea que atraviesa este lúcido ensayo está contenida en su título: el problema fundamental que tiene la educación en nuestros días es la falta de fe. La educación ha perdido el norte, ha caído en la indefinición y ha olvidado su objetivo fundamental: la formación de la personalidad. Una formación que corresponde, sobre todo, a la familia, pero también a la escuela, a los medios de comunicación, al espacio público en todas sus manifestaciones. Urge, por tanto, volver a valores como el respeto, la convivencia, el esfuerzo, la equidad o la utilización razonable de la libertad. Es necesario recuperar el buen sentido de conceptos como autoridad, norma, esfuerzo, disciplina o tolerancia. Y, por encima de todo, hay que cambiar de perspectiva, eliminar tópicos y asumir que estos valores, estas actitudes, se pueden y deben enseñar. No podemos inhibirnos de la responsabilidad colectiva que supone educar. El futuro y el bienestar de la sociedad depende de nuestro compromiso.Dividido en once breves capítulos, Victoria Camps incide en la falta de motivación de alumnos y educadores. Camps relaciona esta problemática con el desarrollo de la sociedad de bienestar y de consumo, responsables en cierta medida del fracaso del modelo educativo imperante.